Nació en Santo Domingo, en 1965.
Dibujante, grabador, pintor, escultor, instalador y docente, Ezequiel Taveras es, con toda seguridad, el artista más consistente de su generación en su acercamiento a los enigmas de la vida y la existencia a través del estudio de la “Filosofía Perenne” o textos sapienciales fundamentales, unánimes y universales, tales como Los Vedas, Las Upanishads, La Kabbala, La Biblia y El Corán, entre otros. De ahí que su producción bidimensional de la última década se nos revele como un verdadero tesoro de palimpsestos “escarbados” o extractados desde los dominios de las escrituras sagradas y desde el mismo crisol de sus propias devastaciones ontológicas.
Apartando su obra gráfica, su producción tridimensional y sus instalaciones, en estas notas rasantes nos ocupan sus últimas pinturas, entre las que destacan algunas piezas facturadas durante el 2005 cuyos principales elementos atractivos son sus conmovedoras remisiones al territorio de la espiritualidad, así como su espléndida y admirable operatividad metafórica, tales como las tituladas: “Amuleto”, “Ante la Memoria”, Atrapados”, “Guardando Recuerdos”, “Inmortalidad”, “Catarsis”, Reflejo”, “Sucot” y “Detrás de los recuerdos”.
De repente, en muchas de estas pinturas, el gesto matérico “violento” rasga toda quietud, aumentando vertiginosamente la potencialidad imagética del espacio visual. La mancha negra del asfalto irrumpe y adviene como accidente turbio y signo de presagio que nos despierta sobre el otro lado de la oscuridad y del asombro. Pero, más que como excelentes obras pictóricas de un artista en pleno proceso de madurez creativa, tenemos que ver estas imágenes como arrebatadas y sublimes deconstrucciones poéticas del misterio absoluto.
El cuerpo, la espina dorsal, el corazón, las manos, el ombligo, son símbolos “impregnados” en la pintura de Ezequiel Taveras. Para los antiguos griegos, el ombligo era el centro de la energía universal y para los hindúes de épocas remotas en este órgano se localizaba el chacra de la iluminación. En la misma tradición metafísica de la India existe la idea básica de que la luz es una potencia creadora. La luz es creación y procreación. El Atman, el sí mismo de todas las cosas. En Las Upanishads se insiste especialmente en que el Ser se manifiesta por la “pura luz” y que el sujeto toma conocimiento del Ser mediante una experiencia de luz sobrenatural. En las tradiciones hebrea y judeocristiana el Dios creador es fuente y manifestación corpórea de la luz.
“La Kabbala plantea varios axiomas que de alguna manera son determinantes en el planteamiento semántico de mi trabajo. El primero refiere el título de la muestra y es que plantea que la realización espiritual más bien es un camino de retorno al origen. Es volver a conectarnos con la Fuente de la Luz, que es el Creador. De allí el planteamiento del mismo San Pablo cuando define a Dios como Luz y si andamos en Luz tendremos comunión. Entonces, la realización no sería más que hacer que cada acción nuestra sea una manera de recordar que somos Luz. Ahora bien, retomando las palabras del Génesis de que fuimos creados a imagen y semejanza del creador, entonces, además de luz, que debemos generar y contener como pequeñas vasijas que contienen particular del Creador, nuestro cuerpo es una manifestación sublime de su fuerza y de aquí el otro axioma de La Kabbala: como es arriba es abajo, que nos hacer regresar a Pablo cuando dice que el cuerpo es el templo del Creador”.
Pero, en el caso de Taveras el concepto de luz nada tiene que ver con las luces físicas o del entorno natural, sino con la metafísica de la luz, con las estructuras místicas, interiores, poéticas, imaginativas y memorables de la luz en tanto substancia cósmica. La estructura semántica de estas obras admite perpetuamente su polivalencia significativa. Esto se aprecia muy bien en los símbolos, signos y analogías que utiliza en sus atractivas y reactivas “escrituras” matéricas. En estas escrituras activa el color como energía, como puro resplandor de la naturaleza. Encarnaciones minerales del aliento, la sangre, el cuerpo y su sensualidad. Colores des-enterrados y grisallas traspasados por la intensa llamarada espiritual. El azul cósmico del origen, el no color como piedra de luz, como “insípida” visión de la naturaleza, como cuarzo licuado e instancia inefable de lo intangible.
“Actualmente, el culto al cuerpo se ha convertido en una veneración y quizás esa sea una manifestación más del avance de la humanidad al reconocer su valor en el funcionamiento del Universo: que el cuerpo es el medio para alcanzar nuestra realización espiritual. Además, si explicamos ese deseo y atracción increíbles de un cuerpo por otro cuerpo o, parafraseando a Platón, cuando explica que los sexos son el producto de que Zeus decidiera dividir en dos nuestra naturaleza original andrógina, entonces podríamos decir que el deseo de otro cuerpo no es más que la búsqueda de nosotros mismos y, a la vez, el camino de retorno a la Luz de donde partimos alguna vez”…
La experiencia de la luz en Ezequiel Taveras implica su componente existencial. Su arduo proceso de búsqueda humanística y su amplia formación en los campos de la estética y la técnica le permiten materializar espacios semióticos o recintos imagéticos desbordantes en vitalidad y posibilidad de trascendencia. Superficies, signos y texturas de un fulgor subyacente. En estos espacios accedemos ante una esplendente presencia que precisa una ruta hacia la gnosis suprema. Al reconocer esta ruta, sabemos también que en dicha sensibilidad trabaja una modificación, un nítido espejo de la memoria, un discreto deslizamiento hacia las deliciosas tentativas de la memoria y la imaginación.